5 de agosto de 2014

El Soñador

Encontré este cuento que escribí para un trabajo de la carrera de diseño gráfico en la Escuela de Bellas Artes de Quilmes, en 1998, cuando tenía 20 años, y me pareció interesante compartirlo. La verdad que hoy no me gusta mucho, pero al mismo tiempo no me parece que esté mal. Hoy no utilizaría determinadas ideas, ni términos. Si quiera tiene el tono retórico que a mi me gusta. Pero producir, también es poder cambiar. Y está bueno, también, que no quede en el olvido. Espero les guste.

El Soñador
Una tierra prometida

Cuando aún no sonaban los ruidos irrefutables de la máquina a vapor, cuando nadie podía ver en el cielo otras cosa que pájaros, sucedió una historia que sólo me limito a contar, pero no explicar. 

     Dice de un soñador, un pintor de poemas o un escritor de imágenes que nadie podría ver si no fuera en una noche estrellada. El, había nacido en el molino abandonado de una campiña en una tierra lejana, separada por mares infinitos, que unos pocos aventurados habían podido navegar, pero nadie llegar.

     Acostumbrado desde niño a creer, a vivir en paz. Tal cual lo habían hecho sus padres, y los padres de sus padres, y los padres de ellos. Por que esta tierra hablaba de bellezas, de armonías, de campos verdes, de tardes de sol, en las que una vez lo escuché decir algo como esto: "Beso mares de algodón, sin mareas suaves son sublimándolos y despertándonos".

     Esta misteriosa y nostálgica tierra no conocía de guerras ni poderes, sólo una consejera sentimental llevada a cabo por "Las Damas Blancas", y esta consejera era sobre los sentimientos de los seres, único poder que gobernaba sus vidas.  Estas damas vivían en un castillo cubierto por madreselvas y otras plantas, que sólo dejaban ver sus ventanas, como vergonzosas de aparecer.

     Salían por las tardes a pasear, y se saludaban con la gente de los pueblos con una leve inclinación de cabeza, tan fino como ellas mismas. En este clima se desarrolla la historia que presento, en paz, sólo hasta aquel día siniestro.

     De una nube oscura, que olía a brisa de dolor, cayó un ángel, desterrado del paraíso celestial, llegó para enterrar las dudasen esta tierra. Creando divisiones entre los habitantes de la campiña, desconfianza, competencia.

     Las Damas Blancas pidieron a los santos para que envíen un protector para luchar con éste demonio, que sólo esparcía enfermedades por doquier.

     Así llegó un enviado, de amplias alas blancas y una señal anaranjada en su frente, de cabellos dorados. Se encontraron en un descampado amplio, luego de mirarse unos segundos, desafiantes, se trenzaron en una lucha nunca antes concebida, siquiera por soñadores, como el nuestro, que se encontraba entre los espectadores de tremenda lucha, junto a las Damas, la gente, los niños y otros trabajadores. La pelea se desató en el cielo, el mar y la tierra, por toda la tierra.

     Cuando ésta terminó, el ángel oscuro se desvaneció, como señal de su derrota. Pero tampoco triunfó el ángel de las oraciones de las Damas.

     Desde aquí, se supo que en las guerras no había ganadores. La tierra quedó desbastada. Ya nada fue igual, la verdad había llegado a los ojos de todos, incluso a la de nuestro soñador, quien ya no podía soñar más en éste lugar, y como todos decidió emigrar.

     Todos se dieron cita en la playa, entre los trabajadores y las Damas, se hallaban los niños y el soñador, que sentado en la orilla retrató por última vez su tierra, pero ésta estaba irreconocible, más bien parecía los restos de un infierno.

     Los barcos llegaron por la mañana, se dejaron ver elevándose por el horizonte desde el alba, infinita y eterna. Subieron uno a uno, por familias, primero los ancianos, luego los niños, los padres, al final las Damas Blancas, y por último el soñador, quien al final captó la imagen final de la tierra que se haría lejana.

     Luego de días de navegar, llegaron a la primera tierra, donde bajaron unos pocos. Dos días después llegaron a unas tierras áridas, y bajaron varios. Así como fue el último en subir, el soñador también fue el último en bajar, sin contar a las Damas que ya nunca bajaron de los barcos.

     Eligió una tierra tropical, verde, sin campiñas, ni molinos cómo dónde él había nacido, sin castillos. Sólo habitaban seres puros, como

Desembarcar  al  final

Habían sido los de su tierra santa, y donde además, predominaban las mujeres. Se dejó seducir por el tono de su piel, trigueña, y sus cabelleras negras, sus ojos sin maldades, ni enfermedades, semidesnudos, por que no había vergüenza que tapar. El había encontrado el paraíso.

     El se sorprendió de sus vestimentas, si las usaban, telas de colores vivos, tanto cómo sus almas, se movían en grupos, siempre festejando lo inexplicable, jugaban con animales salvajes nunca vistos en su antigua tierra. Labraban la tierra y tomaban frutas de los arboles para alimentarse, descubrió sabores nunca vistos ni imaginados. Vivian en una aldea de casas bajas, hechas de paja y ramas, rodeados de una puerta y tal vez dos ventanas. No había líderes, no consejeros, todos compartían una sabiduría popular.    

     Así aprendió su idioma, sus costumbres, a entender a sus dioses. Sólo tenía el día para escribir sus cuadros por las mañana, y pintar sus libros por las noches. Se sentaba en la ventana a ver a su nueva gente, retratándolos en la aldea o en el follaje de las hojas, ellos lo trataban como un nuevo amigo tal vez de siempre, casi olvidando la tierra de odios que dejó atrás.

     Selvas, y selvas, y selvas. Verde, y verde, la isla era magnífica. Pasó el tiempo, tanto que su reloj dejó de marcarlo. El era el centro y el centro eran sus pinturas. Ya casi un líder, contagió a este pueblo de conocimientos y costumbres, de su dios y su biblia, de su música y sus pasiones, hasta casi de su lengua. Tanto que estaba convirtiendo a éstos seres en los seres que habían vivido en su tierra.

     Conoció a Tiara, tan parecida a las demás mujeres de la isla, pero en ella había algo distinto, irrazonable, que le gustó hasta morir. Se unieron en matrimonio, y fue ella, Tiara la primera isleña en convertirse en una mujer como las de la tierra de donde venía el soñador.

     Ella se vistió, habló su lengua y adoró a su dios, y fue el primer eslabón de una cadena, de ésta manera, poco a poco en la isla todos fueron como el soñador. Hasta que se vieron a los ojos, y ya no podían desnudarse, se tocaron, y ya no podían hacerlo sin desearse, se hablaban y no podían hacerlo sin mentirse. El soñador y Tiara fueron los primeros en descubrirlo, y a él le embargó un dolor que le hizo darse cuenta que era el culpable, y ella, su inspira dora.

     Aquí no hubo ángeles, ni demonios, ni damas, ni señores, ni motivos, pero el desastre se había contagiado como las mismísimas enfermedades que se esparcieron por la isla, haciendo caer a cada uno de los isleños, excepto los que sobrevivieron, como en la antigua tierra y sin vuelta atrás.

     El soñador volvió a emigrar, ahora con Tiara, sus hijos, sus cuadros y tal vez algunos amigos. Atrás quedaron sus retratos, el nuevo mundo, sus esperanzas.

    ¿Adonde iban a ir? Tal vez otra tierra que fuera pura, si queda alguna en esta tierra.

Inspirado en la obra de Paul Gauguin - Octubre de 1998