1 de diciembre de 2020

El hombre que nos hizo felices para siempre

Ahora entiendo. Se fue para que Rodrigo le cante su canción. Para recordar anécdotas del '86 con el Tata y Cucciufo. Para hablar con Néstor, Fidel y Chávez de aquella semana en Mar del Plata. Para abrazar a la Tota y Don Diego a los que tanto extrañaba. El cielo está encantador, si.

Pero nos queda bronca también. ¡Qué marginales son los que no quieren a Maradona!. No falla: los que veo que bardearon a Diego en estas horas difíciles consumen drogas o dejan mucho que desear en sus relaciones familiares. Porque ver la paja en el ojo ajeno siempre. A ver, ¡a vos no te conoce nadie! no hiciste nada ni por el país, ni tu familia ni sos un oficial antinarcóticos. ¡No te gambeteas ni a los postres y venís a hablar! ¡Y a la tía Margarita la conocían 20 personas, no 6 mil millones. ¿En serio querías que sus despedidas sean iguales? Qué runfla de nabos este mundo. 

Y la organización de sus exequias fueron insuficientes, si se puede decir "organización". Porque resultó una payasada improvisada y antipopular. Diego merecía tres días de funerales. Flores celestes y blancas a la entrada. Fotos de él y rosas rojas junto a la copa. Algún símbolo del Nápoli, el club donde más brilló. Una banda militar que toque el himno y ser escoltado por los granaderos. Y un cortejo de la Rosada a la Bombonera, a la cancha de Argentinos, y de ahí al cementerio. Merecía tiempo para que se acerquen todas las figuras y amigos internacionales que él tenía. Merecía una despedida de emperador, de rey, de lo que fue. Ahora, con más calma diré:

Y a Diego quiero decirle que me hiciste feliz de niño. Festejé y sufrí con vos. Salí campeón, me robaron y me cortaron las piernas junto a vos. Me enojé, y mucho, pero por suerte no fueron más que unos meses. Luego levantamos más copas de otros deportes juntos. Me hiciste feliz otra vez en el 2010 aunque no nos trajiste otra copa. Me enorgulleciste defendiendo a Latino América a cada paso. Canté tus hermosas canciones. Peregriné a Nápoles, tierra santa, para ver tus pasos y me emocioné con cada napolitano al que se le brotaban los ojos cuando preguntaba por vos. Vi lo que te aman.

Ahora pienso que su camino fue único, de Fiorito a Dubai, de La Boca a Nápoles, pero fue en México DF donde alcanzó la inmortalidad. Que que fue el mejor en lo suyo, si, nadie en su sano juicio puede negarlo. Que tuvo una vida turbulenta y llena de errores, ¡uuf! ¿quién podría decir que no?. Que se redimió, dejó su adicción y se reconcilió con sus hijos, también es cierto. 

Que dijo siempre lo que pensó, que fue fiel a sus convicciones y que no le importó nada, tampoco. Que con semejante talento construyó siempre un personaje que iba más allá, como ninguno otro se animó ni se animará. Que nunca eligió el poder y más bien eligió enfrentarlo, tampoco se puede negar. ¿Quién puede criticar a Maradona?¿Quién tiene en su intelequia moral cuestionar al más humano de los dioses? 

Escuché mucha gente atacarlo por su vida personal, hipócritas que no respetan a su familia o consumen drogas, pero que nunca se gambetearon a 6 ingleses o 4 brasileros y llevaron nuestra bandera a lo más alto. Me quedo con esta sonrisa que siempre nos hizo felices. Porque su alegría era nuestra, su dolor también. 

Porque Diego representó a Argentina como nadie: capaz de la gloria y el infierno, de la trampa del gol con la mano a la maravilla del gol del siglo, con cinco minutos de diferencia. Me quedo con Diego, tal como es, porque no se va, nunca lo hará. No me quedo con lo que Diego hizo de su vida, si no lo que hizo con la nuestra. Hoy se fue una parte de nosotros, de nuestra infancia. Hoy se fue una parte inmensa de Argentina. 

No hay homenaje suficiente para agradecerte, para quererte. ¡Maradoneano hasta la muerte!

(Fragmentos sueltos de textos de lo que escribí en las redes sociales entre el 25 y 27 de noviembre)